— Maestro de Wilton, Díptico (ca.1395)
— G. De Machaut, Misa de Notre Dame
Seguimos con maestros y tablas pintadas. Pero ahora cruzamos el canal de la Mancha y nos vamos a la Inglaterra medieval, la de Arturo y sus caballeros, Ricardo Corazón de León y las cruzadas. Y avanzando un poquito más llegamos a la época del gótico internacional, a la que pertenecen estas tablas de roble del báltico. Ricardo II es el rey que nos interesa, porque para él fue pintado este díptico —una obra en dos piezas— que se asemeja mucho a la escena de la epifanía o adoración de los reyes magos. Y es que nuestro buen rey había nacido un 6 de enero. Y cuenta la tradición que los reyes de Castilla, Navarra y Portugal fueron entonces a rendirle pleitesía (siempre nos toca la mejor parte...).
En la tabla de la izquierda está el rey Ricardo II arrodillado, presentado por sus santos protectores, el rey Eduardo, san Edmundo Mártir y san Juan Bautista. En la tabla derecha se encuentra la Virgen María, con el Niño en brazos, rodeados por once ángeles, contra un fondo de oro y con un campo a sus pies de flores delicadamente coloreadas, que representan el jardín del paraíso. La pintura se ha hecho al temple, utilizando yema de huevo, y es una verdadera joya. El dítico tiene muchas incrustaciones en oro y para obtener el pigmento azul utiliza una piedra preciosa, el lapislázuli; también el vestido del monarca está pintado con bermellón, otro pigmento muy caro.[
Los tres santos que presentan a Ricardo arrodillado a la Virgen con el Niño se cree que fueron venerados por el rey, pues cada uno tuvo su propia capilla en la abadía de Westminster. Cada santo lleva el atributo simbólico por el que se los reconoce en el arte. Edmundo el Mártir (rey de Anglia Oriental, 840-870), que está a la izquierda, lleva la flecha que lo mató, mientras que Eduardo el Confesor, en el centro, sostiene el anillo que dio a un peregrino que resultó ser san Juan Evangelista disfrazado. Juan el Bautista (a la derecha) sostiene su símbolo, el cordero de Dios. Juan el Bautista era el santo patrón de Ricardo, y los otros dos santos habían sido reyes de Inglaterra. Ricardo sentía una devoción especial por Edmundo, quien es, junto a san Jorge, uno de los patrones de Inglaterra. Dos son las convicciones que animan el conjunto: la fe de Ricardo II y el origen divino de la monarquía.
Vas a escuchar polifonía gótica, que como sabes comenzó en Francia. No es que se llevaran muy bien ingleses y franceses en esta época, pues estamos en plena Guerra de los 100 años (en realidad duró “sólo” 116). Pero esto nos da pié para hablar de Santa Juana de Arco, una santa muy interesante, cuya biografía tienes al dorso.
1. Observa la escena del rey arrodillado y sus santos protectores. Es una escena tranquila y sosegada ¿Con qué personaje te quedas? ¿Por qué?
2. Fíjate ahora en cambio en la escena del cielo (el color azul nos lo recuerda). La gran cantidad de personajes, las alas de los ángeles, los gestos, nos arrastran a la escena, que tiene gran movimiento. Y si te fijas, todos los ángeles tienen el mismo dibujo sobre los hombros: es el ciervo blanco (the white Hart), símbolo del rey Ricardo II. Piensa tú ahora: si tuvieras que hacer tu escudo de armas, ¿qué animal elegirías? ¿Por qué?
3. Escucha la música, lee este texto y escribe después tu oración:
Una jovencita de 13 años, de Domremy (Francia), llamada Juana de Arco, mientras rezaba en la iglesia de su pueblo, oyó voces misteriosas que la invitaban a liberar a Francia que estaba dominada en gran parte por los ingleses; eran las voces del Arcángel San Miguel, de Santa Catalina y de Santa Margarita, que le decían: "Tú debes salvar a la nación y al rey". Cuatro años después el gobernador de la provincia, a quien Juana de Arco le había contado lo que le había sucedido, la llevó ante el Heredero. Al hablar con el futuro rey Carlos, ella demostró que conocía cosas secretísimas que solamente el cielo había podido revelarle. El Delfín, al principio, desconfió pero después se convenció de que la joven era enviada de Dios; entonces le confió el mando de las tropas que sitiaban a Orleáns, y en poco tiempo reconquistaron casi todo el territorio francés.
El Delfín fue coronado rey de Francia en Reims, pero, celoso de la popularidad de Juana, pactó una tregua con los ingleses. La joven, convencida de que esta tregua anulaba los esfuerzos y las victorias de su ejército, indignada, recomenzó la lucha con los pocos soldados que estaban de su parte.
En una emboscada cayó prisionera en manos del conde de Luxemburgo, que la entregó a los ingleses por un rescate digno de un rey. Ahora había que demostrar que Juana era una bruja, para poder declarar a Carlos VII como usurpador, pues había llegado a ser rey gracias a “diabólicas maquinaciones de una hereje”. Sólo los jueces eclesiásticos tenían la autoridad de llevar a cabo este proceso. El infeliz obispo Cauchon se prestó para esta intriga política. La ilegalidad del proceso era tal que Juana de Arco rechazó la legitimidad y apeló al Papa.
La heroica joven, encerrada en una cárcel militar contra toda ley eclesiástica, no pudo hacer llegar su voz a Roma y sus enemigos triunfaron y la condenaron a la hoguera. El atroz suplicio tuvo lugar en Rouen el 30 de mayo de 1431. Al ver aquella barbaria, algunos decían: “hemos quemado a una santa”. Juana tenía 19 años.
Los actos del proceso fueron sometidos a revisión entre el 1450 y el 1456, y con la absolución de la imputada comenzó un irresistible desarrollo de veneración de la valiente Juana de Arco, por su fe pura y su genuino amor por la justicia y la verdad, llevados hasta el extremo sacrificio. En 1920 el Papa Benedicto XV la canonizó. Es la patrona de Francia
De todas las histories de los santos, la de Santa Juana de Arco es sin duda la más extraordinaria e increíble: una joven, campesina y sin estudios, a la cabeza de un ejército derrota a un aguerrido ejército, derriba fortalezas, corona a un rey y termina en la hoguera. Y todo en cuestión de dos años. Una simple campesina sin educación, sin conocimientos y sin cultura, venció a los mejores teólogos, militares y estrategas. Dios mostró una vez más el triunfo, el triunfo de la cruz.
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