— Maestro de Urgell, Frontal de altar (entre 1100 y 1150)
— Canto gregoriano, Victima paschali laudes
Hagamos un nuevo viaje en el tiempo. Hoy viajamos a la Edad Media, en pleno románico, a los pirineos. Imagínate un poblado del condado de Urgell, una iglesia románica, una pequeña comunidad. En ella encontrarías originalmente este frontal de altar, que actualmente puedes contemplar en un Museo de Barcelona.
Ya conoces el motivo que representa. Es Cristo en majestad, rodeado por una doble mandorla o almendra mística. El libro de la vida, la mano derecha en actitud de bendición, un rostro inexpresivo signo de su grandeza y poder. Y ambos lados, los apóstoles, sus doce incondicionales, distribuidos simétricamente en dos grupos de seis (y los envíó de dos en dos...). Cada uno porta un objeto que permite identificarlo, fíjate como ejemplo en las llaves de San Pedro.
Estás ante un bonito ejemplo de lo que lo que se conocía como biblia d elos pobres. El maestro de Urgell quiso reflejar la gloria de Jesucristo, y la de su Iglesia, y la de todos los pueblos de la tierra, en esta tabla pintada que estuvo colocada bajo el altar sobre el que cada día se ofrecía el sacrificio de la misa.
Es como entrar en otra dimensión. El gregoriano que vas a escuchar te ayudará en este sentido. La letra se atribuye al monje Wipo de Borgoña en torno a 1048 y canta la victoria de Cristo resucitado. Déjate llevar, entra en tu interior, forma parte de los apóstoles de Jesús y siente lo que eres: hijo de Dios.
1. ¿Qué sientes al contemplar este cuadro y escuchar esta música?
2. Imagina que formaras parte del grupo de los doce. ¿Qué podrías aportar tu a dicho grupo? ¿Cómo te imaginas la vida con ellos?
3. Fíjate ahora en Jesús, el auténtico centro de la escena. ¿Qué le dirías?
4. Lee despacio el siguiente texto medieval. Párate a cada párrafo y vuelve a mirar el cuadro. Escucha con atención la cadencia contenida de la música. Subraya la frase que más te llame la atención y/o te guste y trata de memorizarla repitiéndola despacio:
Ea, hombrecillo, deja un momento tus ocupaciones habituales; entra un instante en ti mismo, lejos del tumulto de tus pensamientos. Arroja fuera de ti las preocupaciones agobiantes; aparta de ti tus inquietudes trabajosas. Dedícate algún rato a Dios y descansa siquiera un momento en su presencia. Entra en el aposento de tu alma; excluye todo, excepto Dios y lo que pueda ayudarte para buscarle; y así, cerradas todas las puertas, ve en pos de él. Di, pues, alma mía, di a Dios: «Busco tu rostro; Señor, anhelo ver tu rostro».
Y ahora, Señor, mi Dios, enseña a mi corazón dónde y cómo buscarte, dónde y cómo encontrarte.
Señor, sino estás aquí, ¿dónde te buscaré, estando ausente? Si estás por doquier, ¿cómo no descubro tu presencia? Cierto es que habitas en una claridad inaccesible. Pero ¿dónde se halla esa inaccesible claridad?, ¿cómo me acercaré a ella? ¿Quién me conducirá hasta ahí para verte en ella? Y luego, ¿con qué señales, bajo qué rasgo te buscaré? Nunca jamás te vi, Señor, Dios mío; no conozco tu rostro.
¿Qué hará, altísimo Señor, éste tu desterrado tan lejos de ti? ¿Qué hará tu servidor, ansioso de tu amor, y tan lejos de tu rostro? Anhela verte, y tu rostro está muy lejos de él. Desea acercarse a ti, y tu morada es inaccesible. Arde en el deseo de encontrarte, e ignora dónde vives. No suspira más que por ti, y jamás ha visto tu rostro.
Señor, tú eres mi Dios, mi dueño, y con todo, nunca te vi. Tú me has creado y renovado, me has concedido todos los bienes que poseo, y aún no te conozco. Me creaste, en fin, para verte, y todavía nada he hecho de aquello para lo que fui creado.
Entonces, Señor, ¿hasta cuándo? ¿Hasta cuándo te olvidarás de nosotros, apartando de nosotros tu rostro? ¿Cuándo, por fin, nos mirarás y escucharás? ¿Cuándo llenarás de luz nuestros ojos y nos mostrarás tu rostro? ¿Cuándo volverás a nosotros?
Míranos, Señor; escúchanos, ilumínanos, muéstrate a nosotros. Manifiéstanos de nuevo tu presencia para que todo nos vaya bien; sin eso todo será malo. Ten piedad de nuestros trabajos y esfuerzos para llegar a ti, porque sin ti nada podemos.
Enséñame a buscarte y muéstrate a quien te busca; porque no puedo ir en tu busca a menos que tú me enseñes, y no puedo encontrarte si tú no te manifiestas. Deseando te buscaré, buscando te desearé, amando te hallaré y hallándote te amaré.
Ya conoces el motivo que representa. Es Cristo en majestad, rodeado por una doble mandorla o almendra mística. El libro de la vida, la mano derecha en actitud de bendición, un rostro inexpresivo signo de su grandeza y poder. Y ambos lados, los apóstoles, sus doce incondicionales, distribuidos simétricamente en dos grupos de seis (y los envíó de dos en dos...). Cada uno porta un objeto que permite identificarlo, fíjate como ejemplo en las llaves de San Pedro.
Estás ante un bonito ejemplo de lo que lo que se conocía como biblia d elos pobres. El maestro de Urgell quiso reflejar la gloria de Jesucristo, y la de su Iglesia, y la de todos los pueblos de la tierra, en esta tabla pintada que estuvo colocada bajo el altar sobre el que cada día se ofrecía el sacrificio de la misa.
Es como entrar en otra dimensión. El gregoriano que vas a escuchar te ayudará en este sentido. La letra se atribuye al monje Wipo de Borgoña en torno a 1048 y canta la victoria de Cristo resucitado. Déjate llevar, entra en tu interior, forma parte de los apóstoles de Jesús y siente lo que eres: hijo de Dios.
1. ¿Qué sientes al contemplar este cuadro y escuchar esta música?
2. Imagina que formaras parte del grupo de los doce. ¿Qué podrías aportar tu a dicho grupo? ¿Cómo te imaginas la vida con ellos?
3. Fíjate ahora en Jesús, el auténtico centro de la escena. ¿Qué le dirías?
4. Lee despacio el siguiente texto medieval. Párate a cada párrafo y vuelve a mirar el cuadro. Escucha con atención la cadencia contenida de la música. Subraya la frase que más te llame la atención y/o te guste y trata de memorizarla repitiéndola despacio:
Ea, hombrecillo, deja un momento tus ocupaciones habituales; entra un instante en ti mismo, lejos del tumulto de tus pensamientos. Arroja fuera de ti las preocupaciones agobiantes; aparta de ti tus inquietudes trabajosas. Dedícate algún rato a Dios y descansa siquiera un momento en su presencia. Entra en el aposento de tu alma; excluye todo, excepto Dios y lo que pueda ayudarte para buscarle; y así, cerradas todas las puertas, ve en pos de él. Di, pues, alma mía, di a Dios: «Busco tu rostro; Señor, anhelo ver tu rostro».
Y ahora, Señor, mi Dios, enseña a mi corazón dónde y cómo buscarte, dónde y cómo encontrarte.
Señor, sino estás aquí, ¿dónde te buscaré, estando ausente? Si estás por doquier, ¿cómo no descubro tu presencia? Cierto es que habitas en una claridad inaccesible. Pero ¿dónde se halla esa inaccesible claridad?, ¿cómo me acercaré a ella? ¿Quién me conducirá hasta ahí para verte en ella? Y luego, ¿con qué señales, bajo qué rasgo te buscaré? Nunca jamás te vi, Señor, Dios mío; no conozco tu rostro.
¿Qué hará, altísimo Señor, éste tu desterrado tan lejos de ti? ¿Qué hará tu servidor, ansioso de tu amor, y tan lejos de tu rostro? Anhela verte, y tu rostro está muy lejos de él. Desea acercarse a ti, y tu morada es inaccesible. Arde en el deseo de encontrarte, e ignora dónde vives. No suspira más que por ti, y jamás ha visto tu rostro.
Señor, tú eres mi Dios, mi dueño, y con todo, nunca te vi. Tú me has creado y renovado, me has concedido todos los bienes que poseo, y aún no te conozco. Me creaste, en fin, para verte, y todavía nada he hecho de aquello para lo que fui creado.
Entonces, Señor, ¿hasta cuándo? ¿Hasta cuándo te olvidarás de nosotros, apartando de nosotros tu rostro? ¿Cuándo, por fin, nos mirarás y escucharás? ¿Cuándo llenarás de luz nuestros ojos y nos mostrarás tu rostro? ¿Cuándo volverás a nosotros?
Míranos, Señor; escúchanos, ilumínanos, muéstrate a nosotros. Manifiéstanos de nuevo tu presencia para que todo nos vaya bien; sin eso todo será malo. Ten piedad de nuestros trabajos y esfuerzos para llegar a ti, porque sin ti nada podemos.
Enséñame a buscarte y muéstrate a quien te busca; porque no puedo ir en tu busca a menos que tú me enseñes, y no puedo encontrarte si tú no te manifiestas. Deseando te buscaré, buscando te desearé, amando te hallaré y hallándote te amaré.
San Anselmo, prólogo a su libro Proslogion
Compartimos nuestra oración como ecos. Cada uno dice en voz alta su frase.