— Bartolomé Murillo, La conversión de San Pablo (1859-1860)
— R. Wagner, La cabalgata de las walkyrias
El pasado domingo celebrábamos en toda la Iglesia la fiesta de la Conversión de San Pablo. El gran apóstol de las gentes, cuyo 2000 cumpleaños estamos celebrando, no podía faltar en nuestro proyecto evangeliz-@rte. Aquí lo tienes, cayéndose del caballo, echando por tierra toda su vida anterior. Observa este magnífico cuadro de Murillo, el pintor sevillano del barroco español. Ya has visto otros cuadros barrocos y ya sabes que juegan mucho con los contrastes, el claroscuro y la diagonal. Si te fijas bien verás que en este cuadro la diagonal es precisamente Cristo resucitado y Pablo. Momento fuerte y duro para Pablo. De perseguidor a perseguido. Y la música de Richard Wagner que suena con fuerza para acompañar este momento, uno de los más intensos de toda la historia de nuestra fe. ¡Está naciendo San Pablo! Escucha lo que quiere decirte:
Queridos hermanos:
Queridos hermanos:
Gracia a vosotros y paz de parte de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo.
Me llamo Pablo y nací en Tarso. Soy un Apóstol, no porgue así me nombrara ningún hombre sino porgue así lo quisieron Jesucristo y Dios Padre.
Antes de que Jesucristo me sacara de mi ceguera, yo vivía al pie de la letra la ley judía. Incluso me dedicaba a perseguir encarnizadamente a la Iglesia de Dios. Pero Dios irrumpió en mi vida y me derribó de mis seguridades y me mostró un camino nuevo que trato de recorrer. Desde entonces he recorrido las principales ciudades del Mediterráneo anunciando el Evangelio y fundando comunidades que han ido creciendo hasta el día de hoy. Algunas de ellas me han dado graves disgustos al separarse del mensaje fundamental de Jesucristo, pero siempre he intentado estar aliado de ellas dándoles aliento en su fe y escribiéndoles cartas cuando ha sido necesario.
Para mí ser cristiano implica una manera nueva de vivir la libertad: ya no somos esclavos de una ley que hay que cumplir sino que Dios nos lo regaló todo en Jesucristo y a nosotros solo nos cabe responder, desde nuestras pobres posibilidades, a ese gran amor. Además, con Cristo se han roto todas las fronteras, de manera que ya no hay diferencias entre judíos y gentiles, esclavos o libres, hombres o mujeres. Ahora me hallo prisionero por Cristo en la ciudad de Roma. No sé si saldré de aquí, pero no me importa porgue todo lo considero basura con tal de alcanzar a Cristo Jesús.
La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo estén con todos vosotros.
Me llamo Pablo y nací en Tarso. Soy un Apóstol, no porgue así me nombrara ningún hombre sino porgue así lo quisieron Jesucristo y Dios Padre.
Antes de que Jesucristo me sacara de mi ceguera, yo vivía al pie de la letra la ley judía. Incluso me dedicaba a perseguir encarnizadamente a la Iglesia de Dios. Pero Dios irrumpió en mi vida y me derribó de mis seguridades y me mostró un camino nuevo que trato de recorrer. Desde entonces he recorrido las principales ciudades del Mediterráneo anunciando el Evangelio y fundando comunidades que han ido creciendo hasta el día de hoy. Algunas de ellas me han dado graves disgustos al separarse del mensaje fundamental de Jesucristo, pero siempre he intentado estar aliado de ellas dándoles aliento en su fe y escribiéndoles cartas cuando ha sido necesario.
Para mí ser cristiano implica una manera nueva de vivir la libertad: ya no somos esclavos de una ley que hay que cumplir sino que Dios nos lo regaló todo en Jesucristo y a nosotros solo nos cabe responder, desde nuestras pobres posibilidades, a ese gran amor. Además, con Cristo se han roto todas las fronteras, de manera que ya no hay diferencias entre judíos y gentiles, esclavos o libres, hombres o mujeres. Ahora me hallo prisionero por Cristo en la ciudad de Roma. No sé si saldré de aquí, pero no me importa porgue todo lo considero basura con tal de alcanzar a Cristo Jesús.
La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo estén con todos vosotros.
+ Pablo, apóstol
Querido San Pablo,
Querido San Pablo,
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